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Parásitos, un retrato sobre la arquitectura de la desigualdad.

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Es difícil encontrar una película reciente que defina de forma tan visual, a través de la arquitectura doméstica, los perversos mecanismos de dominación del capitalismo neoliberal.

La supervivencia de cada uno de los núcleos familiares que protagoniza esta espléndida cinta se mide según su capacidad para conquistar un espacio, y por extensión, la conciencia de no darlo nunca por sentado.

Dirigida por Bong Joon ho (The Host, Crónica de un asesino en serie, Snowpiercer y Okja) «Parásitos» nos introduce sibilinamente en la vida de dos familias, una miserablemente pobre (Ki-Taek) y otra muy rica (Park), a cuyos miembros nos presenta desde una premisa equitativamente inmisericorde. No hay un átomo de condescendencia en la mirada del director surcoreano sobre unos personajes sustancialmente deshumanizados que, a pesar de sus diferencias sociales, tienen en común su absoluta indiferencia por el sufrimiento ajeno. Mediante un brillante guion que se apoya en la fábula como mecanismo narrativo para alimentarse de la sátira social y de la novela picaresca; la lucha de clases se traduce en una relación sadomasoquista en la que, por un lado, predomina la inversión de roles y, por otro, siempre hay alguien un escalón más abajo de la pirámide social dispuesto a rebelarse. 

«Parásitos» es un fascinante estudio del espacio y las formas mediante las que operan las desigualdades más crudas, es un exquisito relato de fuertes contrastes que se antoja tan cruel y perturbador como ingenioso, con la descripción de una familia de buscavidas que se introduce con argucias en la casa de una familia acomodada con enormes dosis de candidez. En la extraordinaria construcción de los personajes y de la trama de «invasión», el director consigue mediante el humor, la hilaridad y el ingenio controlar toda la discordia que sugiere su fabulación, y mantener las expectativas abiertas de un relato impregnado de gracia y de metáforas pero colgado de un hilo que solo puede romperse… Y se rompe, cayéndose la fábula a otro territorio. 

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Esa sensación de asombro la despliega con una gran dirección de actores y un ritmo visual y narrativo casi mágico a lo largo de las más de dos horas que dura el largometraje. El gran acierto del surcoreano es cómo amalgama realidades opuestas -ricos/pobres- en un contexto lleno de suspenso en la que el ser humano afronta su supervivencia dependiendo de la clase social a la que pertenece. 

No es fácil adivinar (todas) las intenciones de Bong Joon-ho en «Parásitos», quizá la más evidente sea la de ejercer una crítica social, no tanto a las desigualdades económicas de base estructural, como a las actitudes nihilistas con las que los unos y los otros afrontan su lugar en el mundo. Para ello se sirve de una estudiadísima puesta en escena en la que los espacios arquitectónicos suponen la piedra angular de su planteamiento teórico. El ruinoso semisótano en el que vive la familia Ki-Taek le permite ubicar a los personajes mirando permanentemente desde abajo hacia el lucernario desde el cual se les ofrece un ecosistema esencialmente hostil, en el que borrachos y pendencieros se suceden frente al mugriento tragaluz para aliviar sus vejigas frente al cristal. Mientras, en la mansión de los Park, enormes espacios abiertos a la naturaleza por cristalinos ventanales sirven de cómodo escenario para disponer a unos personajes tan despreocupados de lo esencial como manifiestamente indiferentes. 

El parasitismo social del que habla esta película funciona siempre en vertical y no sólo de abajo a arriba, y confirma que la inteligencia o la astucia no tienen por qué implicar un triunfo moral en clave de justicia poética. Los parias seguirán siendo parias y olerán a conformismo y a derrota, a sótano húmedo sin ventilación y a jabón barato. Incluso aquellos que consigan usurpar el lugar de otros, acabarán encontrando a nuevos suplantadores dispuestos a pelear por sus miserables conquistas, porque siempre hay una planta más abajo.

De todo lo expuesto no resulta difícil concluir que «Parásitos» es una película compleja, inquietante, divertida a ratos, conmovedora en otros y de las que se quedan irremediablemente en la mente del espectador, reposando latentes, para perturbarle o al menos ocupar sus pensamientos durante varios días. Indudablemente la gran fuerza de esta cinta es su tono, esa manera de pasar de un género a otro con facilidad, sello del autor, con un envidiable sentido del ritmo.

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